lunes, 19 de enero de 2015

INFIERNO - Canto III

POR AQUÍ SE LLEGA A LA CIUDAD DEL DOLOR, ATRÁS DE MÍ ESTÁ LA GENTE CONDENADA.
DIOS EN PERSONA ME HIZO, HE ESTADO AQUÍ SIEMPRE Y ESTARÉ PARA SIEMPRE.
LOS QUE ENTREN, YA VALIERON MADRES.

Estas palabras estaban escritas en lo alto de una puerta, y yo dije «Aquí no se andan con mamadas» A lo cual, mi guía responde «Vas a tener que dejar de ser tan mariquita, hemos llegado a donde están los condenados» entonces me tomó de la mano y entramos.

Se escuchaban llantos gritos y aullidos tan culeros que me puse a llorar.

En muchos idiomas se escuchaban las mentadas de madre, blasfemias y quejas, todos esos gritos girando en medio de la oscuridad.

Completamente aterrorizado le pregunté «¿Qué son todos esos pinches alaridos, quiénes son todos esos pobres cabrones?» Y él me respondió «Estos pobres güeyes fueron unos mediocres en vida.

Muy buenos para el infierno, muy malos para el cielo, así que los aventaron aquí» Y yo: «Maestro, ¿Si no están realmente en el infierno, por qué la hacen tanto de pedo?»  Respondió: «Pues resumiendo, ya no tienen ni la esperanza de morir, y su vida es tan irrelevante que envidian a todos los demás, aún a los que se fueron al infierno.

En el mundo ya nadie los recuerda, ni para bien ni para mal, es más, ni los peles, sigue caminando»

Justo en ese momento vi un estandarte moviéndose y ondeando en chinga loca, y detrás de él, un demonial de personas, nunca me imaginé que hubiera tanta gente muerta.

Entre todos esos reconocí a alguien, pero solo le alcancé a ver la pura sombra.

En ese momento capté cómo estaba el pedo, todas estas personas eran aquellos que le pintaron dedo tanto a dios como a sus enemigos.

Esos pobres pendejos que nunca estuvieron realmente vivos, iban desnudos caminando, mientras un chingo de avispas y moscones les picaban sacándoles sangre.

Esa sangre que se revolvía con sus lágrimas, les escurría por todo el cuerpo hasta llegar a sus pies, donde servía para alimentar a unos gusanos asquerosos.

Miré para otro lado y entre la oscuridad vi gente a la orilla de un río, queriendo atravesarlo y dije «Maestro ¿quiénes son esos? ¿Por qué a huevo quieren cruzar el río?» y él me respondió «¡Que bien chingas! Espera aunque sea a que lleguemos a la orilla del Aqueronte y te resuelvo esa duda»

Yo solo bajé la mirada y me callé el hocico todo el camino hasta el río, para no hacerlo encabronar con tanta pregunta.

Entonces se nos acercó en su lancha un ruco canoso mientras gritaba «¡Pobres de ustedes, almas perversas! no esperen ver el cielo; vine a llevarlos a la otra orilla, a la oscuridad, al cielo, al fuego.

Y tú güey, que estás vivo, aléjate de esos que ya están muertos.» Pero como yo ni lo pelé, dijo «Tendrás que llegar a la playa por otro lado, por aquí ni madres,  te tendrá que llevar una lancha más ligera».

Y el guía le responde «Caronte, no te encabrones: el alto mando ya decidió que pedo con esto, ya ni preguntes.» Al escuchar esto, el lanchero le bajó de huevos, aunque aún se le veían los ojos como de fuego.

Pero las almas encueradas y cansadas rechinaban los dientes y hasta cambiaron de color al escuchar esas palabras.

Echaron pestes de dios y de sus padres, de la raza humana, del lugar, del tiempo y hasta de su nacimiento.

Y luego se juntaron a gimotear en esa orilla a donde van a dar los que no tienen temor de dios.

Caronte, el demonio de ojos de fuego los subió a todos, dándoles chingadazos con el remo a los que se atrasaban.

Y así se subieron, los hijos rebeldes de Adán, como hojas cayendo de una rama en otoño, de uno en uno, como pájaros cazando.

Así los iban pasando al otro lado, y antes de que se terminaran de bajar, ya se había juntado otro grupo de gente.

«Mi hijo» dijo el maestro cortésmente «Los que se mueren mientras dios está encabronado con ellos vienen a dar aquí, gente de todos los países que esperan ansiosos a cruzar el río, porque la justicia divina los impulsa y de algún modo el miedo se convierte en deseo.

Por aquí no cruzan almas justas, entonces si Caronte se encabrona de que te subas a su lancha, ya sabrás lo que significa.» Y cuando dijo esto, toda esa región oscura se sacudió tanto que todavía me suda la cola de acordarme.

Sopló un viento fuerte, cayó un relámpago rojo y de la impresión caí desmayado.

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